sábado, 30 de enero de 2016

Impresiones de viaje: Doha [03]


La belleza está en los ojos del que mira...
La belleza está en los ojos del que mira...
La belleza está en los ojos del que mira...

Los primeros días en Doha he necesitado repetírmelo como un mantra. Porque me he sentido tan desconectado de la naturaleza con la que tanto he conectado en Ibiza en el último año... tan alejado de la tribu... tan ajeno a los valores que imperan aquí a primera vista... que me ha costado un poco. Pero algo ha cambiado.

Tras comprometerme con el presente y olvidarme de la idea de irme a la India, hasta que llegue el momento. Tras asumir que vivo en una torre de treinta plantas en medio de un barrio pijo en la capital de uno de los países más ricos del mundo, adalid del lujo cutre. Después de que el chófer del Nobu Doha (situado en el puerto deportivo del Four Seasons Doha) nos haya aparcado y desaparcado el todoterreno y salir de fiesta en el irish bar del Sheraton Doha. Tras sentir que el supuesto lujo material que me rodea y empapa estaba comenzando a saturar mi capacidad de apreciarlo, de forma suave y poderosa al mismo tiempo, algo ha cambiado.

Qatar seguramente también forma parte de, e incluso encabeza, otras realidades interesantes que al llegar yo no he podido apreciar. El reto es ser capaz de ver más allá de las apariencias. Está en mis manos descubrir un Qatar distinto al que yo me había imaginado, o me había querido imaginar.

Y el lujo materialista no es un obstáculo para ello. Más bien lo concibo ahora mismo como una prueba a superar. No hay que deshacerse de él. Hay que atraversarlo primero, y jugar con él a favor después.

Era evidente, pero hasta ahora no lo había visto con tanta claridad: no tendría ningún sentido pasar los días en Doha confirmando ideas preconcebidas, autocomplaciendo a mis propios prejuicios, regocijándome en lo artificial que me resulta todo esto y pretendiendo al mismo tiempo que no hay nada de valor, nada de belleza ni emoción en las calles que recorro ni en los seres humanos con los que me cruzo.

La realidad es demasiado generosa como para haberse olvidado de comprimir todo el universo en cada átomo de Qatar.

Ayer firmé la paz de corazón, con Doha y su opulencia, al visitar la mezquita de Sheikh Muhammad Ibn Abdul Wahhab. Lo que he sentido allí dentro me lo reservo para otro artículo en exclusiva. Son demasiadas cosas, demasiado intensas todavía, como para escribir sobre ellas. Necesito dejármelas sentir.


De momento hoy nos vamos al desierto. Visitaremos también alguna ciudad y pueblo no turísticos. Tenemos un contacto que trabaja para el gobierno y nos puede mostrar un campo de trabajo, para ver más de cerca las condiciones en que viven los inmigrantes en medio del desierto, lejos del lujo, construyendo autopistas de catorce carriles para las obras del mundial de fútbol de 2022. Quiero acercarme todo lo posible, para comprobar por mí mismo los rumores de esclavitud de la prensa internacional.

Esto se pone intenso. Y real.

Veo, hermanos qataríes, saudíes, iraníes, paquistaníes, indios, filipinos, sirios... a través de los preciosos colores de vuestras pieles. Veo a través de ellas, y lo que veo me resulta familiar. Me hace sentir que vuelvo a casa, porque a través de vuestra piel veo mi piel. Y a través de mi piel me parece verme a mí mismo.

La belleza está en los ojos del que mira.
En los ojos de la cara. En los ojos de los oídos.
En los ojos de la nariz. En los ojos de la lengua.
En los ojos de la piel, por supuesto.

La belleza está en los ojos de la mente y del corazón.

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