lunes, 20 de febrero de 2012

De materiales habidos y por haber


ventana o máquina de soñar, en Estocolmo


La belleza se compone, en parte, de lo que se imprime en la imaginación. Y probablemente se componga exclusivamente de eso.

La pared, la ventana, y el vidrio especialmente. Su carácter pictórico. 

Me invadió, paseando por Estocolmo, la sensación de que alguien, allí dentro, debía estar leyendo "Crimen y castigo". O escuchando Mahler. Relaciones imprecisas, debidas a mi ignorancia. Pero de una intensidad incuestionable. ¿Consiguen algo tan positivo los edificios que lanzamos al espacio físico hoy en día?

Actualmente los vidrios que se fabrican son más lisos, más transparentes, más aislantes. Y como podemos hacerlos más grandes muchos arquitectos ya no se molestan en subdividirlos. O ni tan solo se les ocurre. Es un ejemplo claro del haber confundido la cantidad (y la claridad) con la calidad. Un proyecto puede necesitar un gran ventanal, sin montantes. Pero es sospechoso que suceda tan a menudo últimamente.

Mientras la tecnología avanza, descerebrada, hacia una lejana perfección (y legiones de arquitectos, descerebrados y normalmente horteras, fracasan al seguirla como religión), los arquitectos de verdad buscan la pátina, el desgaste medido, la imperfección consciente, la irregularidad controlada que quizá oculte algoritmo... en procedimientos total o parcialmente industrializados. Porque ése es el espíritu de nuestra época en lo referente a nuestro campo. E ir en contra es chocar frontalmente contra todo un sistema de cosas, lo cual no es aconsejable, aunque se realiza a diario.

Cuando paso por delante de una ventana de climalit montado en aluminio no suena Mahler, suena música electrónica. Hace frío y huele a droga. No me fío.

Evolucionar no ha de ser únicamente interiorizar una nueva materialidad, o una nueva espacialidad menos analógicas. Se trata de plantear si esa materialidad y espacialidad a las que nos dirigimos nos van a mejorar la vida o si nos van a servir, por lo menos, para mejorar la de los que vengan después.

Soy capaz de imaginar un estado futuro en que la tecnología se hubiera adaptado al cuerpo y al alma. Donde aspirar a la perfección material no fuera pretencioso. Una post-humanidad donde lo metálico, lo plastificado y lo digital le hicieran a uno sentirse como en casa. Pero de momento flotamos en un limbo en el cual aunque ya hemos abandonado la tierra y las raíces, el cielo queda todavía muy lejos. Avanzamos técnicamente a un ritmo mucho más rápido del que necesitaríamos para humanizar lo que generamos. El estado del bienestar hace aguas por muchos sitios.

La música electrónica, como el plástico o el aluminio, todavía no ha sido domesticada. Probablemente llegará, aunque alguna generación habrá de sacrificarse. Pero si avanzamos muy rápido, si intentamos absorber todos los cambios a la misma velocidad que se dan, estaremos siempre en la fase de sacrificio. Y nunca en la de control. Ése es el ritmo de las modas.

Sería mortalmente conservador si dijera que no tengo ganas de sacrificarme, que amo la piedra y la madera por encima de todas las cosas. O la música docta, que todavía no entiendo. Pero por otro lado la funda de silicona de mi teléfono es realmente agradable. Me paso el día acariciándola sin darme cuenta. Tiene algo de piel de animal. Hay por tanto esperanza.

Sin embargo cuidado con los terrenos por explorar. Cuidado con lo que imprimen en la imaginación de los demás nuestras creaciones, porque no coincide con lo que nosotros leemos en ellas. 

Controlar ese desfase es esencial para que uno pueda ganarse el derecho a cambiar. Para que el cambio signifique una evolución real. Y no una revolución fría, frívola e involutiva.

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